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DOMINGO DE RAMOS DE LA PASION DEL SEÑOR
La tristeza desciende sobre nosotros como una capa en cuanto oímos las primeras palabras, “uno de los doce, Judas Iscariote…” Ya sabemos qué va a suceder, y de cualquier forma esperamos que, esta vez, Judas NO irá con el jefe de los sacerdotes, o que ellos NO le ofrecerán las treinta monedas de plata.
Judas estaba a tiempo de detener todo. Cuando Jesús dio a conocer, en la Cena, que él sería quien lo traicionaría, Judas pudo haberle advertido a Jesús que no fuera al Monte de los Olivos esa noche. Pudo haber aventado el dinero manchado con sangre al templo ANTES de que los guardias vinieran buscando a Jesús.
Muchos tuvieron la oportunidad de detenerlo. Apuesto a que había varios CREYENTES secretos entre esa multitud, armados con espadas y antorchas, quienes acudieron a Getsemaní esa noche. Pudieron haberlo detenido antes de que se involucraran los romanos. ¡Los jefes de los sacerdotes ni siquiera sabían como era Jesús! Por eso necesitaban a Judas, para que lo señalara, para que lo traicionara con un beso. Hubo varios momentos en lo que todo pudo haberse detenido.
La esposa de Pilato hizo lo que pudo para detener todo. Le advirtió a su esposo que no se metiera en lo absoluto con ese hombre justo. Pero la multitud—llenos de envidia, sin duda, del amor que Jesús incitaba en sus seguidores—tenían otra idea.
El mismo Pilato pudo haber detenido todo, pero la multitud lo intimidó. Naturalmente, es muy desafortunado que tenga que morir un hombre justo, pensó. Pero mejor él que yo. No se puede confiar en que estos judíos mantengan sus pleitecitos religiosos lejos de Roma.
Por supuesto que lo más triste es cuando nosotros mismos conspiramos en cosas que podríamos detener.
¿Alguna vez has “metido las manos al fuego” para detener un mal? ¿Tuviste éxito?
Kathy McGovern ©2023 Traducido Por Deisy Andrew